Isabel tiene tres hijos y uno de ellos es Jorge, que
tiene 14 años, está en la ESO y tiene necesidades de apoyo educativo por su
dislexia y déficit de atención. Su marido acude diariamente a su trabajo porque
desempeña una actividad esencial, mientras que ella teletrabaja y “eso me
permite estar con ellos en casa, pero no atenderlos”.
El despertador suena en el cuarto de Jorge. Desayuna y,
después, se sienta a hacer las tareas del colegio. Algunas son atrasadas y
otras devueltas, porque no están bien hechas; pero otras muchas ya pertenecen
al tercer trimestre y las tendrá que entregar la semana próxima. “Noto en mi
hijo su cara de angustia y siento un nudo en el estómago. No puedo ayudarle
porque no sé Inglés, y tampoco estoy suelta en Matemáticas, Física y Química o
Tecnología. Aun así, por las tardes, cuando finaliza mi jornada laboral,
echamos mano de tutoriales de YouTube o buscamos respuestas en Google”, dice
Isabel, su madre.
Cada materia está fraccionada en días y horas recogidas
en un horario que les hace llegar el colegio; las consultas a los profesores
tienen unos tramos horarios concretos. Jorge puede contactar con ellos por
escrito, lo que para una persona con dislexia ya supone un reto más.
Intenta mantener el ritmo de aprendizaje, pero su madre dice que la mayoría de
las indicaciones que le dan para realizar las tareas son del tipo: “Lee la
pregunta cuatro del tema 6 y comprende. Luego realiza las actividades 4, 5, 6….
de la página 34”.
Isabel pone atención a cómo estudia su hijo: “le
escucho leer en voz alta el tema a trompicones, cometiendo fallos, sobre todo
con los artículos, repitiendo cada párrafo varias veces para entender lo que
lee. No puedo más. Me levanto y voy a su cuarto, cojo una silla y me siento
a su lado. No entiendo porqué no usa la aplicación que tiene en su portátil que
le lee los textos. Me explica que ese libro no lo tiene en formato digital y no
puede pasarlo por el autolector. No me puedo quedar más tiempo con él, así que
le toca leerle el tema a su hermano para que pueda entenderlo”.
Isabel cuenta que a su hijo le piden que haga los
ejercicios en la libreta, haga una foto y lo suba a la plataforma que están
usando. Él quiere hacerlo en Word, pero le han dicho que, si lo hace en un
editor de texto, también tiene que hacerlo en la libreta. Se rinde y vuelve a
coger el bolígrafo que tanto le pesa. Su madre está preocupada porque “el
lunes tiene un examen de Geografía, pero dos días antes probaron la aplicación
con la que lo tendrá que hacer”, dice. Son diez preguntas tipo test, un
enunciado y tres posibles respuestas con 45 segundos máximos para contestar.
“Durante la prueba le temblaba las manos y no atinaba con el ratón porque
quería leer rápido para que le diera tiempo a pensar las respuestas. Cuando
acabó vino a mi habitación y me dijo muy serio: Me da igual mamá, repito y
ya está. No me regañes, pero no voy a poder superar esto”.
Jorge es un niño con adaptaciones en la metodología y en
la evaluación desde los diez años. “Ahora, con catorce, siente que no es
capaz de seguir el ritmo de las clases y, de todos sus profesores, solo dos
asignaturas están respetando sus dificultades, el resto parece que la
situación les ha superado y han optado por utilizar un sistema global sin
atender a la diversidad del aula”, cuenta su madre.
“No puedo hacer más de lo que hago; no puede hacer más
de lo que hace. He acudido al orientador del centro el cual me dice que hace
todo lo que puede pero que están desbordados, que no nos preocupemos demasiado,
pero esto se alarga las notas del segundo trimestre ya nos han llegado y veo
como quiere tirar la toalla, y yo con él. No vemos salida”.
La plataforma Dislexia, que reúne a 18 asociaciones, ha
trasladado las numerosas quejas recibidas por parte de las familias por la
“falta de atención al alumnado con dificultades específicas de aprendizaje”. “La
mayoría d ellos hogares se están viendo colapsados por el teletrabajo y la
educción a distancia que, sumado a las circunstancias personales, ya sean
económicas, laborales o, en el peor de los caso, de salud, están dando como
resultado situaciones lamentables e insostenibles a largo plazo, como
ataques de ansiedad, fuertes enfrentamientos o desesperación al no sentirse
capaces de seguir el ritmo exigido”.
La plataforma asegura que la labor de los profesores no
puede ser sustituida por una persona sin formación ni capacidad para ello.